lunes, 11 de octubre de 2010

La esperanza renace

Desde hace muchos años era urgente e importante el valorar y reconocer a la mujer. Ahora ya no queda tiempo. El planeta necesita el equilibrio de las energías femenina y masculina para ya, de una vez por todas, dejar ir la dualidad. Todos los días escuchamos el grito femenino de "BASTA" a la violencia, intolerancia y sometimiento en todas sus formas.
¿Y el grito masculino?
¿Dónde está la energía masculina -léase hombres- reconociendo, valorando y a través de ello, pidiendo perdón por milenios de abuso, dolor y muerte a la energía femenina -léase mujeres-?
No hay tal grito masculino y las mujeres hemos optado por seguir adelante y conseguir solas, sin esperar sentadas, lo que en justicia nos corresponde. Claudia dice una gran verdad: "Mientras los hombres siguen hipnotizados con el futbol, las mujeres nos adueñamos del mundo". Hombres dormidos que no quieren despertar y van conviertiéndose en fósiles, solo interesantes como historia, por eso cuando escucho un susurro masculino que dice "las cosas han cambiado... compañeros, hay que hacer algo", me emociona de tal manera que mi casi muerta esperanza, renace.
Agradezco a una amiga el enviarme el siguiente escrito que hoy les traigo y que es el susurro de Hector Abad, colombiano cincuentón que se recibió en Literatura moderna en Italia, regresa a Colombia en 1987 cuando un grupo paramilitar asesina a su padre (médico defensor de derechos humanos y fundador de la que ahora es la facultad de medicina) y decide volver a Italia por amenazas recibidas. En 1993 aproximadamente, regresa a su país y en la actualidad reside en Bogotá.

"A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter fuerte, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para nombrarlas: arpías, brujas, viejas, menopáusicas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, raras, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.
La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias, consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).
A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problemas, porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.
Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto (o mas) como nosotros, a veces dentro y fuera de casa, entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas y tienen todo el derecho de no serlo.
Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán. Si logramos usar nuestra herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.
¡Vamos hombres, por esas mujeres bravas!
Oro por que mis 2 hijas sean de éste maravilloso grupo y encuentren hombres que sepan apreciar a esta clase de nuevas mujeres !!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

mientras hay vida hay esperanza, si quiero creer que es posible que los hombres se den cuenta.
Sin querer soy una mujer brava y soy feliz siendolo, espero de todo corazon que existan el hombre que lo entienda y lo asimila.. pero es real todo ha cambiado. besos Claudia

Anónimo dijo...

R.S. Qué padre escrito patita, gracias...

Patricia dijo...

También quiero creerlo Clau... que ellos despierten.

Que bueno que te gustó RS

Besitos a las dos.