Sigue habiendo vida

Estuve de visita en casa de una señora de la tan bien llamada "tercera edad". Me invitó a comer a la playa porque tiene de visita durante unos días, a dos amigas. Las tres tienen más de 70 años; una es casada, la otra viuda y la otra, la verdad no tengo ni idea, pero están vacacionando con el entusiasmo de cualquier jovencita. Juntas se meten durante horas al mar, salen haciendo relajo, riendose las unas de las otras, peleando en broma por quién primero usará la regadera... y hablan, hablan, hablan y no se cansan de hablar. Me contaron que se ven varias veces al año y se cuentan sobre sus vidas, sus dolores, sus secretos, sus anhelos, sus hijos y nietos, sus santos, "sus" telenovelas, sus preferencias políticas, planean donde y cuando volverán a reunirse... dicen (como ellas las llaman y al decirlas se rien) malas palabras y así van compartiendo las horas, los días, las historias, la sabiduría. Una de ellas dijo "juntas nos sanamos" y así es, porque una de ellas, por primera vez desde que murió su hija a los dos años de edad (saquen la cuenta, hace más de 40 años), en estos días se bañó en el mar.

Regresando a casa después de estar con ellas, pensaba que es así como quiero llegar a esa tercera edad: disfrutando haber llegado a ella, dándome permiso de seguir teniendo vida, compartiendo con mujeres, informada de lo que pasa en el mundo, riéndome mucho y contando mis historias.

A veces veo algunas personas que ven esa tercera edad como un castigo, como si ya no tuvieran vida, quejándose que "ya no pueden hacer nada" o que "nadie tiene tiempo para ellos", olvidandose que hay que vivir en esta tierra, agradeciendo por estar en ella, hasta nuestro último instante. Ni uno menos.